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El romance en el Reino de Castilla: Del castellano al español

Otra de las variedades lingüística románica fue la castellana. Era el dialecto de los montañeses y vascos encargados de defender en el s. IX la frontera oriental del reino asturleonés. Como bien sabemos, pronto éstos se independizaron, hasta llegar a ser en el siglo XI un nuevo reino, reino que rápidamente comenzó a expandir su dominio sobre los territorios circunvecinos. Castilla se convirtió en la monarquía más poderosa del centro peninsular, absorbió a León, arrinconó a Navarra, se hizo presente en Aragón, que sin embargo mantuvo su personalidad unida a los condados catalanes, y mantuvo en la franja occidental al reino portugués, quedando en el siglo XIII como el único reino peninsular aún con posibilidades de reconquista (el reíno nazarí de Granada). Esta prodigiosa expansión territorial y política fue acompañada de la expansión de su idioma, el castellano.

Desde sus orígenes, fue un dialecto poco influible por el superestrato culto, el latín. En su evolución fue rápido y decidido, diferenciándose cada vez más de sus vecinos. Sin embargo, en su expansión posterior actuó de forma pausada, integrando, no excluyendo, las formas lingüísticas distintas a él con las que iba poniéndose en contacto. La historia del castellano medieval (como la del español posteriormente) es una constante serie de procesos de absorción y nivelación, de fusión de elementos de origen diverso, hasta llegar a unir en sí lo que en su origen es un complejo de elementos dialectales diversos (las hablas mozárabes del valle del Duero, las formas leonesas de Zamora, Salamanca y León, el mozárabe de Toledo, los romances navarro y aragonés..., que se fueron progresivamente castellanizando).

Dicha capacidad de integración de formas dialectales afines, manifestada a lo largo de la Edad Media, llegó a su culminación en los comienzos de la Edad Moderna, convirtiéndose en la lengua más extendida de la nueva monarquía, la constituida por la unión definitiva de Castilla y Aragón. El castellano desplazará definitivamente, incorporándolas hasta un cierto límite, a las hablas asturleonesas y aragonesas, que como hemos visto quedarán arrinconadas en las montañas asturianas y pirenaicas; se convertirá en la lengua romance propia de Navarra; será también la única lengua de la nueva Castilla, Andalucía y del recién conquistado reino de Granada; y será el vehículo de expresión culta de hablantes pertenecientes a otras zonas lingüísticas (Cataluña, Valencia, Galicia, zonas vascófonas de Navarra, zonas del señorío de Vizcaya, etc.).

Sin embargo, la expansión del castellano, ya español, no se agota en los límites de la Península. La hegemonía que la Corona pasa a tener en Europa así como sus conquistas allende los mares engrandecerá aún más sus fronteras. El proceso de descubrimiento, conquista y colonización primero de las Canarias, después del Nuevo Mundo supuso la mayor expansión de una lengua románica, en este caso, la lengua española.

Ahora bien, esta expansión del idioma no es sólo geográfica, atañe igualmente a aspectos internos, produciéndose a lo largo de su devenir importantes procesos de reorganización e incluso de simplificación. Finalmente, la lengua literaria se constituirá en norma, que se irá configurando en las Gramáticas.

Mas, a pesar de ello, la evolución del idioma no se desarrolló de igual manera en todo el territorio. A lo largo del siglo XVI, acontecimientos de carácter social y político tuvieron sus repercusiones en el plano de la lengua. El traslado de la corte de Valladolid a Madrid y el consiguiente flujo de habitantes provenientes del norte dio prestigio a determinadas diferencias fonológicas elevándolas a la categoría de norma. Madrid, convertida en la capital del reino, ejercerá su presión -en este caso lingüística- sobre Toledo, reducto del «bien hablar». Pero no sólo Madrid, también otra nueva capital, en este caso económica, contribuía asimismo a un nuevo reajuste del español sublevándose contra el predominio lingüístico tanto toledano como castellano. Sevilla, y con ella Andalucía, convertida en centro neurálgico del comercio español, europeo y americano, desempeñará un papel fundamental y decisivo en la configuración y expansión del idioma.

Así pues, «el sistema consonántico de nuestra lengua se escindió desde el siglo XVI en dos variedades bien definidas. Una es la de la mitad septentrional del dominio castellano peninsular, ampliada con el reino de Toledo, Murcia y zonas de la Andalucía oriental: sus tres fricativas sordas /0/, /s/, /x/ continúan los tres órdenes de sibilantes antiguas, pero simplificados por la desaparición de los fonemas sonoros, y menos confundibles entre sí porque, con el paso de las dentales a la interdental /0/ y de las prepalatales a la velar /x/, aumentó la distancia entre los respectivos puntos de articulación y el de la ápico-alveolar /s/, a la vez que se diferenciaba más el timbre de unas y otras. La segunda variedad es la de la mayor parte de Andalucía, con extensión a Cartagena, las Islas Canarias y América: reduce los tres órdenes de sibilantes a sólo dos fonemas consonánticos, la /s/ dental (o sus alófonos dentointerdentales o interdentales) y la postpalatal, velar o faríngea /y/, /x/ o /h/. El mantenimiento de la /h/ aspirada procedente de /f-/ y la absorción de la /x/ por la /h/ marcan otra divisoria que separa del castellano general el habla de Extremadura, reinos de Sevilla y Córdoba, Suroeste de Granada, las Canarias y el Caribe».

Diferenciación sobre la cual se ha sustentado desde hace años esa gran división dialectal del español que, tras un proceso de abstracción que elimina diferencias internas, denominamos español septentrional y español meridional. Posteriormente ampliada con el concepto de español atlántico, acuñado en 1958 por Diego Catalán para referirse al «desarrollo de las conexiones lingüísticas entre América y los puertos atlánticos de España basado en las coincidencias de carácter fonético-fonológico» y reutilizado por R. Lapesa para referirse a «la comunidad de rasgos que unen la modalidad lingüística andaluza con la canaria y la de los países hispanoamericanos», frente al español del norte y centro de la Península.

Sin embargo, el desarrollo adquirido por el español en su variedad americana, nos ha permitido crea una nueva diferenciación dentro de la realidad panhispánica, la de español de España y español de América, entendiéndolas siempre como dos grandes ramas de la lengua histórica española, y partiendo de la base de que «todo lo general, todo lo esencial, todo lo sistemático, todo lo que tiene vigencia super-regional (y también muchísimo de lo local: casi todo) en el español de América, al menos en los planos en que hay que buscar la unidad idiomática y cabe aspirar a ella, es español sin adjetivos delimitadores»

Pese a todo lo expuesto, el español en la actualidad ha sido homogeneizado en una forma de lengua culta, unitaria, compartida por todos sus hablantes y en la que tienen cabida todas las variedades internas del idioma. Es más, como manifiesta A. López García a propósito de la "unidad del español", «El español tiene un estómago admirable para digerir las variantes en el léxico, las pronunciaciones defectuosas o los solecismos sintácticos más o menos atrevidos: es la lengua de los otros, la koiné que acomoda su estructura a los hábitos de los nuevos hablantes que cada día va incorporando. Lo malo sería que dejara de hacerlo, que se cerrase sobre sí misma en una pirueta purista... En relación con la lengua española, la unidad ha sido siempre prospectiva y no retrospectiva, una meta que se deseaba alcanzar, pocas veces un bien que hubiese que preservar celosamente».

El riojano

Hablar del origen del castellano implica, si bien de forma un tanto simbólica, hablar de la Rioja y del habla riojana, ya que Castilla nace tardíamente como consecuencia de la Reconquista.

Remontándonos al siglo IX, la Rioja, aquellas tierras del Ebro que se extendían desde Miranda, al noroeste de Logroño, hasta Calahorra, desde la sierra de Cantabria a los Cameros y de los Montes de Oca a la zona sur de Estella, era una región de tránsito, objeto de continuo litigio entre los monarcas, claramente dividida en dos zonas: la Rioja Alta, la montañesa y occidental, y la Rioja Baja u oriental. División probablemente determinada desde antaño cuando los vascones dominaban la región de Calahorra, en tanto los berones señoreaban las de Nájera y Logroño. A lo que hemos de añadir, la presencia de cántabros en la zona, que obligados a trasladarse a tierras llanas, se encontraban dispersados por la cuenca meridional del Ebro.

Como ya sabemos, la ciudad de Nájera, conquista leonesa desde 923 con Ordoño II, fue pronto cedida a Navarra en el 924, con Sancho Garcés I, que trataba de borrar el límite del río Najerilla situando a la Rioja occidental dentro del marco territorial de Navarra. De hecho, Navarra nunca cedió en su pretensión de dominar toda la Rioja y llevar sus posesiones hasta las regiones castellanas donde se sentía la influencia riojana. Así, en 1052, Sancho Garcés I funda Santa María de Nájera, iglesia episcopal que extendería su jurisdicción por los terrenos burgaleses de la Bureba, Oca y la vieja Castilla. Sin embargo, las aspiraciones navarras no siempre lograron su objetivo. Recordemos que en 1062, Fernando I, hijo de Sancho Garcés III, el Mayor, dominaba la Bureba y la cuenca del Oja, y que en 1076, Alfonso VI llegó a ocupar todo el territorio; si bien, testimonios de 1114 muestran a Alfonso I el Batallador como señor de la Rioja. Posteriormente, Alfonso VII reconquistaría primero Nájera, después toda la Región, quedando definitivamente incorporada a Castilla en 1176, bajo el reinado de Alfonso VIII, el de las Navas.

Este devenir histórico quedó claramente reflejado en la lengua, permitiendo que la Rioja se desarrollara lingüísticamente antes de ser absorbida por Castilla, aunque su principal característica es poseer, por todo lo expuesto, un lenguaje poco uniforme, mostrando una articulación regional compleja: influjos vascos -principalmente en la orilla izquierda del río Najerilla-, navarros (mantenimiento de -mb-), aragoneses -más acusados y de mayor persistencia cronológica en la Rioja Baja- (alternancias en la diptongación de o abierta tónica latino vulgar; la conservación de g- inicial; la evolución it < -kt->; la conservación de -d- latina intervocálica; la solución x <-scy->; la conservación de ll <ly> en lugar de /z/; el predominio de lur(es); etc.), y castellanos, en tanto en cuanto área lateral de este complejo dialectal, -con mayor presencia en la Rioja Alta- (arcaísmos tales como: mantenimiento de -iello; persistencia del diptongo /ei/; apócope de -e y -o finales a mediados del siglo XIII; mantenimiento de -t y -d en posición final; conservación de la forma (e)lla 'la' del artículo; conservación del posesivo so; etc.), junto a la presencia de elementos propios específicos (las formas pronominales acentuadas de tercera persona eli, elli; las formas esti, essi, fizi, que no pueden separarse del enclítico li(s); así como voces características de la zona).

Del mismo modo, el ser un importante centro de cultura monástica, sobre todo su parte más occidental (Albelda, Nájera, Berceo, San Millán, Valbanera, Santo Domingo de la Calzada...), contribuiría igualmente al desarrollo de cierta tradición latinista, y con ella la necesidad por parte del neófito de glosar -para comprender mejor- los textos latinos.

Así pues, el riojano se nos presenta como una variedad dialectal cuya personalidad reside precisamente en la pluralidad de normas lingüísticas: «dialecto ecléctico en cuanto a la variedad de sus componentes, pero inexistente si desligamos la fusión».

Las variedades internas del castellano: El habla de Cantabria, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva.

Como hemos venido manifestando a lo largo de estas páginas, Castilla, y con ella el castellano, luego español, ampliará sus fronteras más allá incluso de los propios límites peninsulares, convirtiéndose así en un complejo y variadísimo mosaico de hablas diversas, más o menos diferenciadas.

Ya hemos visto, al hablar del asturleonés, cómo este complejo dialectal queda hoy reducido fundamentalmente al ámbito asturiano, al noroeste de la provincia de León y al noroeste de la provincia de Zamora, habiendo sido el resto prácticamente castellanizado, conservándose en algunas comarcas y localidades rasgos propios del antiguo dialecto, si bien en forma lexicalizada.

Algo parecido ha ocurrido con el dialecto aragonés. Reducido en la actualidad a los valles pirenaicos de Huesca y a las comarcas del Ribagorza y de La Litera, el resto se presenta igualmente castellanizado, aunque nuevamente marcado por la presencia en algunas comarcas y localidades de fenómenos característicos del antiguo dialecto y de las hablas pirenaicas.

También hemos hecho referencia ya a las hablas extremeñas, a las hablas murcianas y al habla, o hablas, de la Rioja, denominadas por algunos especialistas «hablas de transición», en tanto en cuanto presentan rasgos comunes con las distintas modalidades lingüísticas que les rodean. En el caso de las hablas extremeñas: las hablas leonesas, el castellano y las hablas andaluzas; a lo que hay que añadir la frontera con Portugal. En el caso de las hablas murcianas: las hablas aragonesas, el castellano y las hablas andaluzas; además del componente catalán y valenciano. Finalmente, en el caso del riojano: el componente castellano viejo, el navarro-aragonés, el español del País Vasco, concretamente de Álava, y el propio eusquera.

Nos queda, pues, centrarnos en otra modalidad, también hasta cierto punto híbrida, el habla de Cantabria, así como en el habla de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva.

En cuanto a la primera, el habla de Cantabria, tenemos que decir que posee un componente asturleonés, que, entre otras cosas, se manifiesta a través de la metafonía y del neutro de materia; un componente castellano viejo, por lo que encontramos coincidencias léxicas con las hablas del norte de Palencia, del norte de Burgos y de Álava, así como con mucha vitalidad leísmo y laísmo; y un componente relacionado con el español del País Vasco, y a través de él con el propio eusquera (detectable en determinados aspectos del léxico cántabro), manifestado principalmente en la existencia del «atípico» leísmo de complemento directo femenino de persona, animal y objeto, y la sustitución del imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo por el condicional simple y compuesto, sobre todo en la mitad oriental de Cantabria, en lo que tradicionalmente se ha llamado Trasmiera.

En lo que respecta al castellano o hablas castellanas de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, tradicionalmente consideradas como modelo de pronunciación correcta para el español (Burgos, Toledo, Valladolid), y entendidas siempre como zona neutra, no marcada, desde el punto de vista dialectal, poco podemos decir, al menos con rigurosidad científica, ya que son escasos los estudios dialectológicos emprendidos en las dos Castillas. La inminente aparición del Atlas lingüístico de Castilla-La Mancha, a buen seguro mejorará esta situación.

A pesar de ello, han sido muchas las voces que han reconocido la variedad del castellano central y la necesidad de profundizar en su estudio. Diego Catalán en su artículo «De Nájera a Salobreña. Notas lingüísticas e históricas sobre un reino en estado latente», presenta una división tripartita entre un castellano oriental (aragonesizante), un castellano central y un castellano occidental (leonesizante), así como la posibilidad de establecer subdivisiones en cada una de estas áreas.

La primera descripción fonética de conjunto, sobre el vocalismo y el consonantismo del habla de las dos Castillas, se debe a T. Navarro Tomás. A partir de los datos aportados por el ALPI establece unas isoglosas verticales que lo llevan a juzgar la fonética del castellano oriental más conservadora que la del occidental (la /-s/ final se transcribe como sonido apicoalveolar pleno en la zona oriental, mientras que en occidente se debilita; la /0/ aparece con una pronunciación claramente interdental en las provincias orientales, y en forma relajada en las occidentales; la /l/ palatal lateral mantiene en las provincias orientales un sonido pleno, mientras que en las occidentales aparece con una articulación vacilante, alternando en muchas ocasiones con el yeísmo). Todo ello le permite definir dos zonas para el dominio del castellano central: A) que comprende Aragón, Navarra, León, la parte castellanizada de Vasconia y las provincias de Burgos, Palencia, Valladolid, Zamora, Salamanca, Logroño, Soria, Segovia, Guadalajara y Cuenca, caracterizada por conservación de /l/. B) las provincias de Madrid (excepto la capital que es yeísta), Ciudad Real y Toledo, que alternan entre /l/ y /y/. Y las capitales de Ávila y de Albacete que son yeístas. La reciente descripción fonética que sobre las dos Castillas han realizado C. Hernández Alonso y F. Moreno Fernández nos permite concluir, acerca del yeísmo, que estamos ante un fenómeno fonético muy generalizado en ambas Castillas, y predominante tanto en los ámbitos rurales como en los urbanos.

Junto a estas isoglosas verticales, T. Navarro Tomás establece otras de tipo horizontal. Concretamente nos habla de tres aspectos: la acentuación fuerte o débil de los adjetivos posesivos, la pronunciación sorda o sonora de la /-d/ final y la pronunciación descendente o ascendente del diptongo /ui/. Igualmente, F. Moreno Fernández manifiesta que el habla de Castilla no constituye un todo homogéneo, pues entre Castilla la Vieja y Castilla la Nueva se aprecian algunas diferencias que hacen considerar, en general, a la primera más conservadora que a la segunda, si bien no resulta fácil establecer una frontera lingüística clara entre ellas.

R. Lapesa, en su Historia de la Lengua Española, señala igualmente una serie de rasgos que caracterizan a la variedad regional norteña, entre ellos: el sonido interdental sordo [0] como solución de /-d/ en posición final implosiva, la realización semiculta [-0] en vez de [-k] en el grupo /kt/, la pronunciación [-x] en lugar de [-g] en el grupo /gn/ y la tonicidad del posesivo antepuesto al nombre. A ellos hemos se añadir otros fenómenos vocálicos y consonánticos que tienen una extensión general entre las dos Castillas: la vacilación en el timbre de las vocales átonas, la creación de diptongos en palabras con vocales en hiato, la reducción y simplificación de algunos grupos cultos, el debilitamiento de /-s/ final de grupo o sílaba con varios grados en su evolución, la pérdida de la /-r/ final del infinitivo ante las formas átonas de los pronombres, la pronunciación de la /-d/ intervocálica relajada y los casos de pérdida en la terminación -ado muy frecuentes en todo el castellano medio.

En cuanto al aspecto morfosintáctico, las diferencias son prácticamente nulas entre ambas Castillas. De hecho, muchos de los fenómenos registrados también se hallan documentados en otras zonas del mundo hispánico. Quizá el más notable sea el del leísmo y el laísmo. Y al que hemos de añadir la sustitución del imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo por el condicional simple y compuesto, especialmente intenso en Castilla la Vieja.

Las hablas andaluzas

Andalucía, como entidad humana, económica y social se formó después de la conquista de Fernando III. Del mismo modo, su forma de hablar se fue modelando a partir de la nueva lengua asentada en la región, el castellano de los guerreros del Norte, pero también de Toledo y Extremadura. Así pues, Andalucía y con ella el andaluz nacen, o en el siglo XIII, o a partir de él. Y lo hacen como una prolongación de Castilla. No cabe pues, sino concebir el andaluz como derivación del castellano que se implantó en el valle del Guadalquivir con la conquista de Fernando III, a causa de la heterogeneidad lingüística de las gentes que llegan en busca de un lugar común fonético-fonológico que haga posible su entendimiento, en concomitancia con la formación de una variedad en el modo de vida, variedad determinada por la cercanía de la frontera musulmana, los obstáculos geográficos para la comunicación con las Castillas, y la creciente importancia de una capital propia. Ahora bien, establecer de forma rigurosa cómo, cuándo y dónde surgió esta nueva realidad -variedad- lingüística no es cuestión fácil de contestar. Como bien sabemos, el establecer el valor fónico de algunos signos gráficos de épocas pasadas aunque se disponga de ellos suficiente información es tarea difícil de realizar.

En líneas generales, sabemos, pues, que Castilla y Andalucía siguieron caminos distintos. Desde un punto de vista geográfico, fue el reino de Sevilla el punto de partida. Desde el punto de vista cronológico, es fundamentalmente en el siglo XV cuando asistimos de forma sistemática a la presencia de confusiones ortográficas que dejan entrever una forma de hablar diferenciada, produciéndose a partir de entonces una divergencia histórica entre la norma sevillana y madrileña. La Historia y la Geografía, entre otros factores, han contribuido a configurar lingüísticamente una región que si bien no se caracteriza por la pertenencia exclusiva de ciertos rasgos propios, sí se define por la conjunción de los mismos, presentando una gran diversidad de soluciones, con múltiples isoglosas que se separan, que se entrecruzan, tejiendo, de tal modo, un complejo mosaico dialectal. Modalidad lingüística que no se resignó con mantenerse viva en su localización geográfica, sino que en su creciente actividad se desarrolló extendiéndose hasta el otro lado del Océano conformando con ello lo que se ha venido a llamar «español atlántico».

En cuanto a los hechos diferenciales, es principalmente en lo que respecta al nivel fonético-fonológico donde las hablas andaluzas tienen particularidades que le separan del español normativo. Particularidades que, a pesar de no ser exclusivas, y, por tanto, compartidas con otras variedades del español, sí pueden ser consideradas como características de las mismas. Estas diferencias radican fundamentalmente en el orden de las sibilantes, siendo el fenómeno que conocemos actualmente como seseo / ceceo y la realización dental de la /s/ apical castellana los rasgos más significativos. Junto a estos, otros fenómenos relacionados, en líneas generales, con una articulación relajada de los sonidos: la pronunciación aspirada de la jota castellana y de la h- (procedente de la /f-/ inicial latina), el debilitamiento de las consonantes en posición implosiva: aspiración o pérdida de /-s/, confusión entre /-r/ y /-l/), la relajación y coalescencia de /l/ y /y/, la desoclusivización de /c/, entre otros. Cada uno de ellos con una determinada valoración sociocultural y también una determinada extensión geográfica.

En lo que respecta al nivel léxico-semántico, y al igual que ocurre con el nivel anterior, es difícil discernir de forma científica si un determinado vocablo puede o no atribuirse con exclusividad a las hablas andaluzas. Ello depende, entre otras cosas, del estado de lengua al que hagamos referencia. En la actualidad, son cada vez menos las voces vivas que pueden ser englobadas bajo la etiqueta de andalucismo léxico-semántico. Y ello, por varias razones. Por un lado, porque en su inmensa mayoría corresponden a realidades extralingüísticas prácticamente desaparecidas: nombres de oficios, profesiones, utensilios, plantas, animales, juegos... y con su pérdida, la de los términos que las designan. Por otro lado, por la acción niveladora que hoy en día ejercen los medios de comunicación.

En cuanto al nivel morfosintáctico, la situación es similar. No existe una diferencia de sistemas; la gramática de las hablas andaluzas es la misma que la del español en general, aunque nuevamente aparece caracterizada por ciertos rasgos como son el uso conservador de los pronombres lo(s), la(s), le(s), la utilización del ustedes en detrimento del vosotros, y la diferenciada manera no sólo de marcar el plural sino de estructurar el sistema verbal, entre otros.

Las hablas canarias

Al igual que viene ocurriendo de forma generalizada, la configuración lingüística de las Islas Canarias está igualmente en función de su discurrir histórico.

Tras un período de luchas entre señores feudales, de expediciones fracasadas de genoveses, catalanes y mallorquines, de rivalidad castellano-portuguesa y de enfrentamientos diplomáticos, las huestes encabezadas por el normando Jean de Bethencourt conquistan, entre 1402-1404, las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, décadas después La Gomera (1430), territorios que administrativamente serán considerados de señorío. Posteriormente, bajo los auspicios de la Corona de Castilla, serán sometidas las islas de Gran Canaria (1478-1482), La Palma (1493) y Tenerife (1493-1494), reconocidas por tanto como de realengo, emprendiendo así Castilla su expansión y dominio de los territorios atlánticos.

Con el transcurrir del siglo XV, pero más intensamente entre 1480 y 1520, la salida de Castilla hacia el Atlántico se hace cada vez más patente, de tal manera que las islas, plataforma de enlace, gestión y difusión de todo el entramado económico, administrativo, sociológico y lingüístico de la Península con las tierras de Ultramar, se convierten en el primer eslabón atractivo para el potencial migratorio castellano (procedente de Castilla, Galicia, León, Extremadura, Andalucía y las Vascongadas). El paso por los puertos insulares (especialmente por La Gomera, Gran Canaria, Tenerife o La Palma), se convertirá durante siglos en una parada obligada para los miles de pasajeros a las Indias.

El entramado sociolingüístico que durante los primeros decenios del siglo XVI se dio en algunas islas sentó, sin duda, las bases de lo que luego ha sido el desarrollo de la lengua de este Archipiélago. Al igual que en América, el contacto del castellano se dará con lenguas indígenas, sin embargo, a diferencia del Nuevo Continente, el sustrato prehispánico no tendrá la importancia que ha llegado a alcanzar en América y su huella sólo es perceptible hoy en algunas parcelas específicas del léxico. Posteriormente, vendrán las intensas relaciones comerciales de las islas con algunas áreas de América, con la que también el español insular compartirá una historia común. Muchos de los fenómenos en marcha quedarán a merced de la propia evolución del idioma tanto en el Continente como en las islas. Junto a la fonética, el léxico será el que actúe con mayor permeabilidad al permitir la entrada de numerosos americanismos que venían en boca de los miles de emigrantes que recalaban en los puertos isleños. Para Canarias, la emigración hacia América ha sido un factor fundamental en su configuración lingüística.

Así pues, la modalidad o variedad lingüística que conocemos como «hablas canarias» o «canario» ha de ser analizada en su contexto diacrónico, pues no de otra manera tendría razón de ser su caracterización lingüística y su conexión con las hablas meridionales peninsulares y las americanas. La historia social compartida desde los inicios es la justificación de las coincidencias en el terreno lingüístico y cultural.

En el plano fonético-fonológico, y especialmente en cuanto al vocalismo, hay que destacar: el alargamiento de las vocales acentuadas, el cierre de las vocales finales, la nasalización de la vocal tras la desaparición de una -n final y la palatalización en esta misma posición de -a. En lo referente al consonantismo, y en estrecha relación con las hablas andaluzas: el seseo (la s es predorsal, fricativa, sorda), la presencia de una ce postdental, la aspiración de -s y h- (procedente de /f-/ latina) con resultados polimórficos, la pérdida y también conservación de -d-, la distinción e igualmente confluencia de ll / y (la articulación de la y es muy abierta y vocalizada), una realización de ch muy adherente, formando correlación con y, así como la articulación velarizada de -n en posición final.

En el plano morfosintáctico, y en cuanto al aspecto nominal, los cambios de género; en el aspecto pronominal, el uso de los por nos y consecuentemente de losotros por nosotros, así como la ausencia de la forma vosotros; y en el verbo, fundamentalmente, la traslación acentual, el cambio de conjugación y la presencia de ciertos arcaísmos (aunque ninguno de ellos ocupa posición alguna en las estructuras vivas).

En el plano léxico, la abundante presencia de occidentalismos, portuguesismos, andalucismos, americanismos y ciertos arcaísmos; igualmente, la presencia si bien escasa de guanchismos; así como -y en este caso coincidente con el español de América- la adaptación en tierra de numerosos términos marineros.

El español de América

Con el descubrimiento de América en 1492, la lengua hablada en la España del siglo XVI comenzará en tierras americanas a evolucionar idiomáticamente en armonía con la nueva realidad americana, y el español como idioma se engrandecerá y enriquecerá sobremanera.

Remontándonos a sus orígenes, el multidialectalismo del español americano no puede tener una causalidad etnolingüística única, ni, por consiguiente, su formación ha de ser de contornos fácilmente definibles. Muchos y muy variados factores intervinieron y actualmente intervienen en su configuración interna. La investigación documental ha demostrado que a América se trasladó un español regional y socioculturalmente diferenciado, y es precisamente el contrapeso de esta diversidad, dentro de la unidad del idioma, junto a otros elementos como son la contribución en distintos grados de otras lenguas y la multiforme realidad americana, el que constituye el principal fermento para el desarrollo del español americano.

Ahora bien, el proceso de nivelación se llevó a cabo en lo fundamental sobre la base idiomática ininterrumpidamente llevada al Nuevo Mundo por los emigrados españoles. El análisis detenido de los documentos demuestran que a América fueron individuos de todas las regiones españolas, si bien en distintas proporciones y con distinta cronología, y que todos condicionaron la génesis del español americano. La relativa uniformidad lingüística se vio favorecida en gran medida por la rapidez con que se produjo la conquista del territorio americano.

Así pues, hablar de «el español de América», de «el español americano» o de la «realidad lingüística americana» significa valorar o sopesar multitud de factores, empezando por aquellos que intervienen en su formación -los modelos y normas lingüísticas del español en la época fundacional, el cultismo o vulgarismo del español americano, las diversas teorías existentes sobre su origen, la presencia de rasgos meridionales, la impronta canaria, la influencia de otras regionales peninsulares, la importancia del elemento indígena y su grado de vitalidad, la diversidad de lenguas, las lenguas generales y el influjo mutuo entre éstas y el español, la política lingüística de ayer y hoy en la América hispana, la presencia de un componente afronegroide, las aportaciones de otras lenguas europeas, etc.- y continuando por aquellos que intervienen en su desarrollo interno (nivel fonético-fonológico, morfosintáctico y léxico-semántico) y en su variedad lingüística (diatópica, diastrática y diafásica), para terminar hablando de su proyección hacia los Estados Unidos de Norteamérica.

Por todo ello, caracterizarla sin caer en simplificaciones generalizadoras requiere un gran esfuerzo de actualización y síntesis, a partir de los estudios más recientes sobre el español de América; todo ello, sin renunciar a las obras clásicas y sin prescindir de los trabajos generales más autorizados, de consulta obligada.

En lo que al vocalismo se refiere, en el español de América se mantiene inalterado el sistema fonológico de cinco unidades, apareciendo con carácter vulgar o rústico y distinto grado de intensidad las vacilaciones vocálicas generales a todos los dialectos hispánicos:alternancias, trueques, cambios, diptongaciones, monoptongaciones y ultracorrecciones de todo tipo.

Ahora bien, junto a ello, aparecen una serie de fenómenos característicos, por su intensidad, de determinadas regiones. En el Caribe, por ejemplo, la pérdida de /-s/ produce polimorfismo en el timbre de las vocales finales, e igualmente se aprecia una fuerte nasalización vocálica que lleva incluso a la pérdida de la nasal final. En las zonas del altiplano mexicano y hasta las regiones andinas, se produce el debilitamiento extremo, y pérdida, de las vocales átonas, fenómeno favorecido por el contacto con /s/.

En cuanto al consonantismo, hay que destacar fundamentalmente la presencia del seseo como rasgo compartido por todas las modalidades del español hablado en América, con una articulación mayoritaria de /s/ predorsal, por lo que el sistema consonántico se asemeja al de las hablas andaluzas y canarias.

Otro de los fenómenos más extendidos por toda América es el denominado yeísmo, o neutralización de los fonemas lateral /l/ y central /y/ en favor de este último, la solución más generalizada, si bien existen amplias zonas de realización zeísta [z], que tiende modernamente al ensordecimiento [s].

Finalmente, dentro de la variación existente en todos los territorios, hay que destacar la tendencia al debilitamiento consonántico que se manifiesta en: la sonorización de oclusivas sordas; las realizaciones fricativas sonoras, y las elisiones, donde el español general tiene alófonos oclusivos; las distintas soluciones de las vibrantes múltiples prenucleares: alveolares fricativas, asibiladas y velares, además de los casos de debilitamiento orgánico relativos a la /-r/ implosiva; la velarización de la nasal implosiva, y la elisión, más extendida en posición prepausal y final de palabra que en interior; la aspiración de la /s/ imposiva, extendida por amplias zonas, como etapa intermedia en el proceso de desgaste articulatorio de la sibilante, que puede llegar a la elisión total en las modalidades más innovadoras; la presencia de un realización bilabial y también aspirada de /f/, entre otros.

En el nivel morfosintáctico, y al igual que ocurre en el fonético-fonológico, hay fenómenos de gran extensión que afectan a una amplia mayoría, junto a fenómenos circunscritos a una determinada zona o región. Entre los primeros se encuentran las vacilaciones y discordancias de género; las vacilaciones y discordancias de número; particularismos propios a la hora de marcar el género y el número; la presencia del voseo o uso de vos como segunda persona pronominal de singular, en lugar de ; la ausencia del pronombre plural vosotros sustituido por ustedes; la expresión de la 'posesión' mediante posesivos pospuestos, tanto analíticos como sintéticos; la expansión cada vez más acusada del leísmo, considerado como más adecuado y cortés, entre otros particularismos pronominales; el uso particular del diminutivo afectivo en determinados ámbitos familiares; la presencia de cinco desinencias verbales (tres para el singular y dos para el plural); la tendencia a la pronominalización de determinados verbos; la tendencia cada vez más acusada al uso de perífrasis; la decadencia de las formas en -se del subjuntivo entre otros usos y valores verbales; la tendencia a la adverbialización de adjetivos; un particular uso de los elementos de relación: preposiciones y conjunciones, etc. En cuanto a los segundos, la tendencia al orden SVO en el Caribe, lo que explica la frecuencia de sujetos pronominales, la estructura interrogativa con sujeto antepuesto del tipo ¿Qué tu dice?, el sujeto antepuesto en el infinitivo: al yo venir; el sujeto antepuesto de infinitivos subordinados con para: para yo hacer en lugar de para que yo hiciera, etc. El uso en Venezuela del verbo ser como focalizador en construcciones tales como: y se dedicaron fue a trabajar. En Méjico y otras regiones el uso de hasta sin no: hasta ayer me lo entragaron; entre otros. Igualmente, hay que destacar la presencia de determinados fenómenos debidos a interferencias de otras lenguas, principalmente, de lenguas indígenas en Bolivia, Perú andino y Paraguay, del inglés en Puerto Rico y del portugués en Uruguay.

En cuanto al léxico, la parcela que mejor refleja la variación dialectal, hay que destacar la presencia de al manos tres componentes fundamentales: el fondo léxico patrimonial -con la adaptación de la lengua a la nuevas realidades americanas y la adaptación en tierra de numerosos marinerismos-, el elemento autóctono -los indigenismos adoptados-, y el elemento africano, si bien este último presente sólo en determinadas zonas. A ello hay que añadir, la presencia de elementos léxicos de procedencia peninsular -arcaísmos y dialectalismos hispánicos-, la presencia de variantes jergales, y la presencia de elementos procedentes de otras lenguas, fundamentalmente anglicismos, galicismos, italianismos y portuguesismos.

Sin embargo, la empresa emprendida por el español en tierras americanas aún no ha terminado; entre las lenguas extranjeras enseñadas en las escuelas de los Estados Unidos, el español ocupa el primer lugar en todos los niveles, siendo además primera lengua para unos quince millones de ciudadanos estadounidenses.

Los principales núcleos de habla española en los Estados Unidos son el norte de Nuevo Méjico - sur de Colorado, los territorios fronterizos desde California hasta Tejas, la península de La Florida, la ciudad de Nueva York y otras grandes ciudades en el noreste y en la región del Midwest. De todos ellos, tan sólo la zona del dialecto de Méjico / Colorado ha mantenido una continuidad lingüística desde la época colonial. Los otros centros hispanohablantes tienen su origen en inmigraciones de épocas más recientes efectuadas desde el norte y el centro de Méjico, Cuba y Puerto Rico y, en menor grado, desde España o desde otras regiones hispanoamericanas, lo que nos enfrenta ya desde un principio a situaciones lingüísticas distintas, y no sólo entre el español de y el español en, diferenciando así entre un español invadido por el inglés en territorios que pertenecieron a la Corona y, tras la independencia, a Méjico, y un inglés invadido por el español. Los Chicanos predominan en el oeste de los Estados Unidos, los puertorriqueños y dominicanos en el este, y los cubanos e isleños en La Florida y Louisiana.