El romance en el reino de Aragón y Navarra
Si nos remontamos nuevamente al norte, pero esta vez por el lado oriental de la Península, podremos comprobar que la situación no difiere en lo sustancial de la planteada en el lado occidental; los árabes en su afán de conquista habían llegado igualmente hasta la Hispania septentrional. Mas si en el lado occidental los naturales del país se encontraban flanqueados por el mar, los del lado oriental lo estaban por los francos.
Tras un período de enfrentamientos y alianzas, bien con el imperio carolingio, bien con los gobernadores o valíes de las plazas de la Marca Superior, los notables de la franja pirenaica lograron afianzar su independencia.
Así, en torno al 800, Íñigo Arista, apoyado por los Banu Qasi y, por tanto, por tropas mudéjares, consiguió imponerse a las pretensiones francas, apoderándose de Pamplona, y formando el núcleo de lo que en el futuro sería el reino navarro. A su vez, en el condado de Aragón otro natural del país, Aznar Galindo, se hace con el poder en la zona, aunque posteriormente con Sancho Garcés I de Pamplona el condado quedaría anexionado a Navarra así como la Rioja y las tierras de Estella. Del mismo modo, en los condados catalanes, Guifré, conde de Urgell y Cerdaña, obtuvo los condados de Barcelona, Gerona y Besalú; su hermano Miró era conde del Rosellón y su primo Suñer lo era de Empúries.
Entre 1004-1035, Navarra, situada entre el reino franco, el poderoso reino musulmán de Zaragoza y los límites castellanos del reino de León, vivirá su momento de máximo esplendor. Sancho Garcés III (denominado también Sancho el Mayor) había incorporado los condados de Sobrarbe y Ribagorza e iniciado una política de intervención en los condados castellanos que culminaría con su casamiento con Mayor de Castilla (hermana del conde de Castilla, García Sánchez). Tras el asesinato en León de García Sánchez, Sancho el Mayor pasará a gobernar el condado de Castilla a través de su hijo Fernando I, que posteriormente se convertiría en el primer rey de Castilla (1035) y después en el primer rey de Castilla y León (1037).
En efecto, a la muerte de Sancho el Mayor, sus tierras quedarán repartidas entre sus hijos, dando lugar a los futuros reinos de Castilla y Aragón. Fernando I, denominado el Magno, será como ya anunciábamos primero rey de Castilla, después rey de Castilla y León. Gonzalo heredará los condados de Sobrarbe y Ribagorza. Ramiro I, Aragón. Y García Sánchez III (también denominado García de Nájera) el reino de Pamplona, la Rioja, una franja de territorio tomada a Castilla y las tierras vascongadas (Guipúzcoa, Vizcaya y Álava).
A la muerte de Gonzalo († 1045), Ramiro I (rex de Aragón) incorporará Sobrarbe y Ribagorza.
A su vez, tras la muerte de García Sánchez III († 1054), Fernando I se anexionará primero parte de la Bureba, y poco después, en 1064, recobrará la parte anteriormente sustraída a Castilla.
A la muerte de Sancho de Peñalén (heredero de García Sánchez III, 1054-1076), y tras una conspiración, Fernando I se apoderará de la Rioja y Sancho Ramírez, descendiente a su vez de Ramiro I, y por tanto rey de Aragón, se constituirá en rey de Aragón, Pamplona y las tierras vascongadas. Así pues, entre 1076 y 1134 la familia aragonesa reinará en los dos reinos.
A la muerte de Alfonso I el Batallador († 1134), García Ramírez el Restaurador recuperará el reino de Pamplona, incluyendo Álava, Vizcaya y Guipúzcoa con título de reino, y Ramiro II el Monge (1134-1137), hermano de Alfonso I el Batallador, se hará cargo del reino de Aragón.
En 1137, Petronila, descendiente de Alfonso I el Batallador se casará con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Un hijo de ambos, Alfonso II (1164-1196), será el primer rey de Aragón y Cataluña, quedando así constituido el Reino de Aragón. Hasta que en 1479, tras el casamiento de Fernando II de Aragón con Isabel I de Castilla, pasará a constituirse en el Reino de Castilla y Aragón.
Por otro lado, Sancho VI (1150-1194), de sobrenombre el Salvo o el Sabio, descendiente a su vez de García Ramírez el Restaurador, tomará el título de rey de Navarra. Se pierden definitivamente Álava, Vizcaya y Guipúzcoa. Navarra, reducida pues a sus límites iniciales, tuvo que luchar para mantener su independencia. Sin salida al mar y cercada por Castilla y Aragón, sólo podía extenderse hacia el norte, por la Aquitania. La unión de Blanca de Navarra, hija de Sancho VI, con la casa francesa de Champagne será el inicio de una nueva unión-dependencia con Francia que durará hasta 1512, fecha en la que Fernando el Católico la incorporará a su reino.
Así pues, la relativa unidad de las tierras pirenaicas durante la Alta Edad Media sufrirá una profunda alteración como consecuencia, primero, de la separación entre Navarra y Aragón; después, de la unión política de Aragón y Cataluña; y, finalmente, de la relación contraída por Navarra con la monarquía francesa.
Mientras tanto, la reconquista había seguido su curso, iniciándose la expansión aragonesa por el valle del Ebro. En 1096 se ocupa Huesca y en 1100 Barbastro; repoblada con numerosos francos cuya presencia supuso la intensificación de la influencia política y cultural ultrapirenaica sobra la zona. Posteriormente, en 1118, Zaragoza, y en 1133 Mequinenza, completándose luego el límite meridional de Aragón por Teruel a finales del siglo XII. De este modo, Alfonso I el Batallador irá incorporando a su reino la mayor parte de los musulmanes que permanecieron en el campo -y que constituyeron el sector predominante entre la población rural-, así como de numerosos mozárabes y judíos que huían de los almorávides y que repoblaron las ciudades del llano.
Desde el punto de vista lingüístico, toda la zona descrita, con excepción de los señoríos guipuzcoanos y alaveses de claro predominio vascuence y prontamente vinculados a la reconquista castellana, es decir, desde la Rioja hasta Ribagorza, presenta una amplia complejidad dialectal.
El aragonés
En efecto, el espacio lingüístico aragonés se constituyó a lo largo de la Edad Media en un importante punto de encuentro de lenguas y culturas. Por un lado, el árabe, cuyas huellas progresivamente romanizadas subsistirán hasta 1610 con mudéjares y moriscos; por otro lado, la lengua hebrea, propia de las comunidades judías; en tercer lugar, el latín, principal lengua de cultura; finalmente, las distintas variedades lingüísticas románicas: mozárabe, occitano, aragonés, catalán y castellano.
Mientras que el romance propio seguía vivo en las Tierras Altas de los primitivos condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza (si bien en su franja más oriental se mostraba fuertemente influido por el romance catalán), en las zonas de repoblación del valle del Ebro y de la Extremadura aragonesa (área intensamente romanizada, posteriormente fuertemente arabizada, y finalmente repoblada no sólo por aragoneses y navarros, sino también por francos y castellanos, además de mozárabes y judíos huidos de al-Andalus, a los que hay que añadir la amplia población campesina musulmana), los rasgos aragoneses aparecen ya diluidos en una lengua fuertemente castellanizada.
Si nos centramos en ellos, podremos observar que en líneas muy generales, y haciendo un proceso de abstracción que elimine individualidades, los rasgos lingüísticos de la zona navarro-aragonesa se apartan poco de los ya analizados en la zona asturleonesa. Es decir, ambas áreas dialectales comparten ciertos rasgos que ponen en evidencia una cierta unidad de evolución lingüística impuesta a gran parte de España durante la época visigoda. Entre ellos: la diptongación de /e/, /o/ tónicas abiertas del latín vulgar, incluso ante yod o en las formas del verbo ser; los diptongos resultantes presentan igualmente vacilación en sus resultados; se conserva la /f-/ latina y el resultado palatal de J, G e, i, con tendencia al ensordecimiento; coinciden los resultados de ks, sk, y ps en un sonido fricativo prepalatal sordo; el grupo kt y ult presentan alteración del primer elemento, evolucionando a [it], conservándose por tanto la semiconsonante; ly > /l/ (leonés > /y/), etc.
Sin embargo, también presentan lógicamente sus propias diferencias. Así, frente a las soluciones asturleonesas, en el navarro-aragonés: la vocal átona inicial se pierde frecuentemente; asimismo se pierde la vocal final -e especialmente detrás de grupos con nasal, aunque, por el contrario, suele conservarse después de dental sorda; la -o final se comporta igualmente de modo mal definido; las vocales intertónicas tienden a desaparecer; se tiende a destruir los hiatos con desarrollo de una consonante antihiática generalmente y pero también g; se conservan los grupos consonánticos iniciales pl-, kl-fl-, llegando incluso en ciertas zonas, como por ejemplo en el condado ribagorzano, a la palatalización de la líquida: pll, kll-, fll; -ll- tuvo diversidad de resultados que terminarían evolucionando a [ts], si bien posteriormente se extendería la solución palatal lateral característica de los romances vecinos; presenta igualmente tendencia a la conservación de las sordas intervocálicas, frente a la sonorización de las oclusivas sordas tras nasal o líquida; asimismo el grupo -nd- > -n- y -mb- > -m- (aunque no en navarro), etc.
En cuanto al aspecto morfosintáctico, e igualmente de una forma muy generalizada, conviene señalar: la presencia de arcaísmos que revelan la conservación del género latino; la formación del plural añadiendo una -s aunque el singular acabe en consonante; las vacilantes formas del artículo medieval elo: lo, o, ro, ra, así como su presencia ante el posesivo; entre los pronombres personales, el uso de las antiguas formas de sujeto de primera y de segunda persona también como complemento preposicional; entre los numerales, la conservación de la variación de género en dos - duas, así como la convivencia de formas etimológicas; entre los posesivos, el uso de la forma lur, lures de varios poseedores; la doble gradación de los demostrativos adyacentes; la distinción entre qui y que en los relativos; el uso de los pronombres adverbiales en, end, ende, ne e y, derivados de inde e ibi; la complejidad de su paradigma verbal, fundamentalmente en lo que respecta a las formas de perfecto, así como la formación del imperfecto en -eba, -iba por su acusada tendencia a la formación de resultados analógicos tanto en los radicales como en las desinencias, etc.
En lo que respecta al léxico, el devenir histórico sigue siendo igualmente responsable, tanto en lo referente a los componentes que lo integran como a la difusión y distribución geográfica de los mismos. En líneas generales, podemos establecer en un primer nivel de diferenciación entre dos zonas: una, la situada al norte del Ebro, mucho más arcaica y conservadora; otra, la que se extiende al sur del mismo, mucho más castellanizada.
Dentro de la primera, conviene distinguir, por un lado, el núcleo más característicamente aragonés, que se corresponde con los valles occidentales del Pirineo: Ansó, Echo y las tierras de Tena; por otro lado, la zona más oriental, la región de Ribagorza, que marca la frontera lingüística con Cataluña; y, finalmente, la zona central, Sobrarbe y las comarcas próximas.
La segunda, por el contrario, deja entrever la presencia de varios procesos de castellanización: por un lado, el procedente de Soria, que se deja sentir en la parte más occidental, en Zaragoza; por otro, el proveniente de Cuenca, presente en la zona sur-oriental, en Teruel.
En efecto, fundamentalmente a partir del siglo XV se produjo al igual que ocurriera en el lado occidental de la Península un progresivo retroceso del aragonés en buena parte de sus antiguos dominios lingüísticos, llegando a conservarse de forma claramente diferenciada del castellano sólo en algunos valles pirenaicos. Estas hablas autóctonas altoaragonesas establecen en la actualidad una serie de áreas lingüísticas que reflejan un distinto grado de conservación. Así, cabe distinguir una primera zona, integrada por los municipios como Ansó, Hecho (Pirineo aragonés occidental), Bielsa, Gistaín, Campo, Santa Liestra y La Puebla de Castro (Pirineo y Prepirineo aragonés oriental), donde se mantiene con mayor vitalidad y pureza -aunque con indicios de castellanismos- los rasgos vernáculos, así como una conciencia lingüística de lo propio más desarrollada, de ahí las denominaciones otorgadas por los propios hablantes a sus hablas locales: ansotano, cheso, belsetán-belsetano, chistavín-chistavino, etc. Una segunda área, conformada por los municipios de Aragüés del Puerto, Bailo, Lasieso, Laguarta, Agüero y Bolea, donde los rasgos se mantienen pero en un grado menor. Y una tercera zona que comprende poblaciones como Yebra de Basa, Fanlo, Laspuña, Aínsa y Pozán de Vero, donde las peculiaridades aragonesas aparecen ya muy debilitadas, y con mayor presencia de rasgos castellanos. Entre sus rasgos más característicos, e independientemente de aquellas particularidades que las diferencia, se pueden citar: el mantenimiento de /f-/ inicial latina, el resultado /l/ procedente de los grupos -ly- y k'l-, la terminación /-s/ de plural, única ante cualquier contexto fónico (con asimilación /-rs/ y /-ts/), la configuración de la persona verbal vosotros (viez, viyez 'veis'), la conservación de /-b-/ etimológica en los imperfectos de indicativo de segunda y tercera, etc. A partir de aquí, la atomización es mayor haciendo acto de presencia discrepancias lingüísticas entre unas y otras zonas.
En el resto, se impuso una modalidad castellana más o menos modificada por el primitivo romance que se caracteriza entre otros rasgos por: una peculiar entonación, especialmente presente en la provincia de Zaragoza; la dislocación acentual de las palabras esdrújulas; distinción de género para el interrogativo cuál / cuáles (cuálo /cuála; cuálos / cuálas); la creación de formas verbales analógicas, sobre todo en la primera persona del plural del pretérito indefinido de los verbos de la primera conjugación ("ayer cantemos"); la utilización de las formas hi / himos del verbo haber, en lugar de he, hemos ("hi visto a Inés"); el empleo del adverbio mucho ante adjetivos en lugar de muy ("mucho bueno"); el uso de algunas preposiciones con las formas pronominales de sujeto: pa(ra) tú, con tú; la combinación de los pronombres átonos se le, se les, por se lo, se los e incluso se la y se las ("ya se les he dicho a ellos")... todos, a excepción de este último, de evidente carácter vulgar, además de no ser desconocidos en otras zonas hispánicas.
En cuanto al léxico y las formaciones léxicas, aspecto siempre más conservador, cabe destacar: la pervivencia del diminutivo -ete / -eta, principalmente en Huesca y en zonas orientales de Zaragoza y Teruel, y la preferencia de -ico / -ica en el resto de Aragón; el empleo del sufijo -era para designar árboles (manzanera, noguera, almendrera, etc.); así como la presencia de numerosas voces propias (alcorce 'atajo', alberge 'albaricoque', albergero 'albaricoquero', escondecucas 'escondite, juego de niños', lamín 'dulce', etc.).
La frontera catalano-aragonesa. Las hablas de transición. El ribagorzano
A lo largo de los límites administrativos entre Aragón y Cataluña, hasta el nordeste de Teruel, existe un conjunto de variedades lingüísticas asociadas al catalán que son consecuencia de la ya analizada historia del Reino de Aragón.
Dentro de esta área se percibe una separación de gran interés lingüístico entre dos zonas. Una, la frontera septentrional, que desciende desde el Pirineo (Valle de Benasque) por las comarcas de Ribagorza y La Litera (hasta San Estaban de Litera). Otra, la frontera meridional, que se extiende desde aquí al nordeste de Teruel, en el límite con la actual provincia de Castellón. En la primera, los rasgos de signo aragonés predominan al oeste y los de carácter catalán al este, quedando en el centro una estrecha franja de difícil adscripción lingüística que se prolonga hasta Tamarite, ya en la comarca de La Litera. En la segunda, la separación idiomática ofrece un trazado más claro y homogéneo, con límites tajantes, por lo que el paso del castellano o castellano-aragonés al catalán se produce de forma brusca, si bien en el extremo situado más al sur se hallan ciertas isoglosas entremezcladas.
Aunque no disponemos todavía de un estudio exhaustivo de la zona señalada, existen monografías parciales que nos informan con rigurosidad sobre la complejidad lingüística descrita, dándose en todo el dominio fronterizo una situación de diglosia funcional (o de bilingüismo social) en las que las variedades vernáculas constituyen el vehículo de expresión oral, familiar y más representativo de la vida cotidiana intracomunitaria, mientras que el castellano es la lengua que se utiliza en la expresión escrita, así como en determinados ámbitos sociales específicos (sanidad, iglesia, escuelas, etc.).
En lo que respecta al área septentrional, todo el dominio participa, con más o menos intensidad, de los rasgos que caracterizan al ribagorzano, subdialecto del catalán noroccidental y que comparte ciertas características con el aragonés.
En su franja más occidental, se consideran plenamente aragonesas las hablas altorribagorzanas de Bisaurri, Renanué, San Martín y San Feliú, así como las de la Baja Ribagorza occidental que, teniendo como foco principal la localidad de Graus, llegan hasta Perarrúa y Santa Liestra, por el norte; a Estada, Estadilla y Fonz, por el sur; y a Capella, por el este. Además de la localidad de Alíns del Monte, en La Litera. Es característica de todas estas hablas: la diptongación de /e/ y /o/ tónicas abiertas del latín vulgar, que marca uno de los límites más claros entre el catalán y el aragonés, y la conservación de -o. Si bien conservan algunos rasgos catalanes como la palatalización de L- y el perfecto perifrástico.
Al oriente de la franja anterior se localizan diversas hablas de transición. De norte a sur se distinguen, en primer lugar, las del valle de Benasque, que presentan una combinación de los rasgos más característicos del ribagorzano junto a resultados propios del castellano-aragonés (diptongación de /e/, /o/ y conservación de -o), del catalán (palatalización de L- o el resultado [s] < Ce,i, así como soluciones mixtas (tanto la terminación -as como -es para el plural femenino). Un poco más al sur, los núcleos de Espés, Laspaúles, Abella y Alíns, que ya no ofrecen resultados de diptongación para /e/ y /o/ tónicas y mantienen los rasgos más característicos del ribagorzano (entre ellos, una [s] sorda, frente al catalán que presenta una sonora [z]). Siguiendo por la cuenca del Isábena, el núcleo de Torre la Ribera, Merli, Beranúy, Serradúy, La Puebla de Roda, Roda de Isábena, Güel, etc., también de carácter mixto. Ya en la Baja Ribagorza, Torres del Obispo, Aler y Jeseu, que presentan ya muy debilitados algunos rasgos característicos del ribagorzano. En La Litera, las hablas de Azanuy y Calasanz, que, aun contando con el sistema vocálico característico del catalán, ofrecen muy frecuentes casos de diptongación de /e/ y /o/ tónicas. Y, finalmente, las localidades de Peralta y Gabasa, más claramente catalana.
En el extremo más oriental, se hallan ya variedades incluidas en un área plenamente catalana, la llamada "Franja oriental de Aragón", que se extiende desde Castaneda hasta Tamarite, por toda la ribera del Noguera Ribagorzana, si bien presentan aún algún que otro rasgo aragonés.
En cuanto al área meridional, la frontera queda a la derecha de la cuenca del río Cinca, por lo que son las localidades del Bajo Cinca (Zaidín, Velilla de Cinca, Fraga, Torrente de Cinca y Mequinenza) las que presentan variedades lingüísticas catalanas (ce,i, ty, ky > s; ge,i, j~ > z y z), siendo Fraga el límite extremo meridional de las peculiaridades ribagorzanas; el último punto en el que los grupos pl-, cl-, fl-, bl-, gl- evolucionan con palatalización de líquidas [pl, cl, fl, bl, gl].
Siguiendo hacia el sur, la frontera deja a la derecha a las localidades de Fayón, Nonaspe, Fabara y Maella (esta última presenta la solución africada sorda [s] procedente de ce,i).
Y, finalmente, ya en Teruel, en su lado más oriental, en la frontera con Tarragona, las variedades de Calaceite, Arens de Lledó, Lledó, Cretas, Valderrobles y Beceite; en su lado más occidental, en la cuenca del Guadalope, las hablas de La Cordoñera, La Ginebrosa, Aguaviva, Monroyo y Torre de Arcas.
El navarro
En cuanto a Navarra, la situación lingüística era sumamente compleja, y ello por varias razones. La primera, por la convivencia del romance con el eusquera; la segunda, por la antigua influencia provenzal; la tercera, por la progresiva orientación franca del reino navarro.
Si bien durante mucho tiempo, debido muy probablemente al desconocimiento real de la situación lingüística de la zona, esta variedad dialectal románica ha permanecido generalmente oscurecida bajo la etiqueta tradicional de dialecto "navarroaragonés", en la actualidad se sabe, pues, de la existencia de una sólida base que fundamenta la aparición de una lengua románica, el romance navarro, como variedad dialectal diferenciada, que con excepción de la Ribera del Ebro nace evidentemente en un medio vascohablante donde se desarrolla y a través del cual se difunde social y localmente, favorecido, a su vez, por el contacto con la Rioja.
Sin rechazar la posibilidad de varios focos iniciales, G. Ollé aduce diversos argumentos que favorecen la idea de un principal centro originario situado en el Tramo medio del Aragón, comarca de Tiermas, Yesa, Javier, Sangüesa, Lumbier, Aibar, y, especialmente, Leire, el monasterio de la familia real, centro relevante en el ámbito religioso, político y, por tanto, también lingüístico.
Los primeros documentos presentan un romance navarro más próximo al aragonés que al castellano, si bien, a lo largo de su evolución se apartará de aquél para acercarse a éste, hasta su definitiva extinción a principios del siglo XVI.
Entre sus rasgos más característicos cabe destacar: la vacilación de soluciones respecto de la diptongación de /e, o/ abiertas tónicas latinas, aunque pronto fijará las formas [je, we] coincidiendo con el castellano, del que a su vez se aparta en la menor influencia de la yod sobre la diptongación; la conservación de -iello durante toda la Edad Media; la persistencia del vocalismo átono en posición final no absoluta, especialmente, -o, y en menor medida, -e; la conservación de -mb-, ajena tanto al castellano como al aragonés; la conservación de los grupos consonánticos cl- y pl-, si bien prontamente (siglo XIV) comienza su expansión ll-; la persistencia de f- (su desaparición moderna se debe a un proceso de castellanización posterior); la conservación y posterior pérdida de ge,i, j; la evolución de -kt- a ch; la evolución de -c'l- y -lj- a ll; el resultado característico -mpn- procedente de -mn- y -m'n-, etc.
Dentro del aspecto morfológico, y en consonancia con los resultados fonéticos, destaca la no formación de plurales en consonante s, ni en -z; la ausencia de adjetivos femeninos; la presencia de alomorfos pronominales; el uso del posesivo medieval lur, lor; un paradigma verbal más unitario que el del aragonés, y más tendente al castellano; la casi desconocida diptongación del verbo ser; la conservación aminorada de la forma ad, así como de otras preposiciones como enta y (en)tro(a); una gradación descendente desde al aragonés al castellano pasando por el navarro en el empleo de las formas derivadas de ibi y inde, etc.
En el aspecto sintáctico, sólo mencionar algunos aspectos referentes a los esquemas verbales hipotéticos (siglos XIII-XIV), ya que el navarro y el aragonés evidencian una divergencia notable en cuanto al empleo de las diversas formas verbales, y muy especialmente de las formas de futuro, mostrándose más afín al castellano.
Finalmente, respecto del léxico, y como consecuencia de su devenir lingüístico, reseñar la presencia tanto de elementos aragoneses como vascos y castellanos.
Todo lo expuesto nos permite pues considerar, de acuerdo con las manifestaciones realizadas por González Ollé en 1983, al navarro como un dialecto de transición entre el aragonés y el castellano.