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El concepto de Lengua española. Unidad y variedad del español

Si bien el español, en tanto lengua histórica, se presenta como un conjunto complejo de dialectos, niveles y estilos de lengua más o menos unitarios que se entrecruzan unos con otros, bajo el etiquetado de Dialectología hispánica se esconde una compleja realidad conceptual que atañe no sólo al español como lengua histórica, es decir, como conjunto de tradiciones y al mismo tiempo como unidad ideal de estas formas, sino, a su vez, como parte integrante de esa familia mayor de lenguas afines e interdependientes que constituyen las lenguas romances (especialmente aquellas evoluciones territorialmente diferenciadas del latín hispánico), variedades a su vez de una lengua mayor o histórica llamada latín, así como de aquellas otras variedades de esta misma lengua originaria que por causas de historia externa no llegaron a constituirse con el paso del tiempo en lenguas históricas, quedando relegadas al título de dialectos, tales como el asturleonés y el navarroaragonés, y que al igual que el castellano constituyeron y actualmente constituyen, a través de los rasgos dialectales que aún perviven, parte integrante de lo que denominamos Lengua Española. Así como su proyección en América y en el resto del mundo.

Describir esta realidad lingüística hispánica, sin dejar de tener en cuenta la heterogeneidad y la complejidad emanadas de las características anteriormente mencionadas, ha sido la ardua tarea que hace aproximadamente cien años se propuso la dialectología en la Península Ibérica y en Hispanoamérica.

En base a lo expuesto, «la polisemia de la palabra «dialecto» ha llegado a tomar en el mundo de habla hispana tales dimensiones que, sin las consiguientes referencias definitorias o sin un contexto situativo, este término es desde el punto de vista científico, o bien, lingüístico un concepto poco consistente».

Así, el término puede ser encontrado como sinónimo de «dialecto románico», caso del asturleonés, navarroaragonés, catalán o gallego, «dialecto del español», caso del andaluz, «dialecto de una región o zonas más o menos amplias», caso del murciano, «dialecto de un grupo de personas» (clasificación vertical), e incluso como término identificativo de realidades lingüísticas de ámbitos geográficos más amplios, tales como español septentrional, español meridional, español atlántico, español de España o español de América. A lo que hemos de añadir la imprecisión de sus límites respecto de otras denominaciones existentes en el campo dialectológico, tales como habla(s) o modalidad lingüística, de ahí, el que aparezca indistintamente asturiano (al margen de bable) que hablas asturianas, extremeño que hablas extremeñas, andaluz que habla(s) andaluza(s) o modalidad lingüística andaluza, canario que hablas canarias, antillano que hablas antillanas, etc. Así como la impropiedad terminológica y conceptual establecida dentro el concepto mismo de habla, me refiero, en concreto, a los términos habla - habla de transición - habla fronteriza (también denominadas dialectos de transición y dialectos fronterizos respectivamente), caso del extremeño, mirandés, barranqueño, etc.

Como muestra de lo expuesto no tenemos nada más que analizar los distintos manuales existentes al respecto. Vicente García de Diego incluye en su Manual de dialectología española, el gallego, el catalán y hasta el vasco. Zamora Vicente, que no tiene en cuenta estos tres idiomas, presenta en su Dialectología española casi en un mismo nivel al dialectomozárabe, al leonés (hablas leonesas: núcleo asturiano, hablas montañesas, núcleo leonés, extremeño), al dialecto aragonés (hablas aragonesas: habla viva altoaragonesa, aragonés bajo y meridional), al andaluz (subdialecto del castellano, variedad dialectal, habla andaluza), a las hablas de tránsito (hablas laterales, extremas, hablas dialectales) -que son, según su criterio, el extremeño, el riojano, el murciano y el canario-, al judeoespañol, al español de América y al español de Filipinas. Finalmente, M. Alvar separa en sus manuales de Dialectología hispánica, por un lado, el español de España, y por otro, el español de América. En el primero aparece incluido bajo el rótulo hablas y dialectos de España y por orden de aparición: el riojano, la presencia árabe (el mozárabe y la lengua de los moriscos), el leonés (hablas asturianas, gallego-asturiano, leonés -hablas leonesas-, mirandés y extremeño), el castellano (Cantabria, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, andaluz y barranqueño), el aragonés (dialecto aragonés y la frontera catalano-aragonesa), el navarro, el murciano y el canario. De lo que a simple vista se puede deducir, por ejemplo, que el canario no tiene nada que ver con el castellano, que el extremeño sí tiene algo que ver con el leonés, pero que el murciano nada tiene que ver con el aragonés. Bajo un segundo rótulo de judeo- español aparece: el ladino, el judeo-español balcánico y el judeo-español de Marruecos. Finalmente, en un tercer apartado titulado el español en África, aparece la lengua española en Guinea Ecuatorial. En cuanto al manual correspondiente al Español de América, la distribución es la siguiente: Antillas (Antilla, Papiamento), Continente (México, los Estados Unidos, el español de América Central, Venezuela, Colombia, el palenquero, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina-Uruguay y Chile), Supervivencia en Filipinas (lengua española en Filipinas, Islas Marianas). Tanto en uno como en otro, los criterios de clasificación oscilan, y no sólo entre lo considerado estrictamente lingüístico y extralingüístico.

En definitiva, tal y como expuse en el capítulo anterior, el concepto de relatividad es consustancial en estos casos, por lo que la delimitación terminológica estará siempre en función de los criterios establecidos, de la perspectiva desde la que se analice el tema y de la política lingüística seguida en cada momento histórico, además de otras posibles consideraciones.

El problema creo que puede ligeramente solucionarse si se comienza por diferenciar (para después conjugar), evidentemente desde una perspectiva metodológica, entre descripción histórico-diacrónica y descripción sincrónica actual. Ello permitiría analizar, por un lado, la formación de los espacios lingüísticos romances de la Península Ibérica, su delimitación, su evolución y su interrelación; por otro, la distribución territorial de las distintas formas y tipos idiomáticos existentes. Lo que redundaría, a su vez, en una primera delimitación conceptual del término dialecto en cuanto dialecto histórico o, siguiendo la terminología establecida por Coseriu, dialecto primario (asturleonés, navarroaragonés, castellano). A partir de aquí, nos quedaría desde una perspectiva sincrónica describir el complejo entramado dialectal del español y su relación con los otros dominios idiomáticos existentes dentro y fuera de la Península.

Situados en esta segunda perspectiva de análisis, y en lo que respecta al español actual, creo que el concepto dialecto pierde validez, al menos si por dialecto entendemos, siguiendo a Coseriu, intrínsecamente una lengua, es decir, un sistema fónico, gramatical y léxico subordinado a otra lengua de orden superior, una lengua histórica, como variedad espacial de ésta. Si hacemos un rápido recorrido por las distintas variedades dialectales del español, creo que ninguna de ellas implica variación en los tres niveles, sólo en alguno de ellos. Pongamos por caso, el andaluz, tradicionalmente considerado dialecto del castellano o dialecto secundario. )Es propiamente un dialecto? Creo que no. Y ello básicamente por dos razones, la primera, porque su diferenciación afecta principalmente al nivel fonético-fonológico, en casi nada al nivel morfosintáctico; su gramática es básicamente la del español estandar. La segunda, porque sus rasgos más característicos no abarcan todo el territorio al que define lingüísticamente hablando. Incluso podríamos añadirle una tercera, la no exclusividad de sus rasgos más característicos. Además del papel desempeñado por otros dialectos primarios, caso del asturiano-leonés o del aragonés-, en su configuración. De ahí que algunos estudiosos, entre los que me incluyo, prefieran utilizar los términos habla andaluza (resaltando su unidad) hablas andaluzas (resaltando su diversidad), modalidad lingüística andaluza o español hablado en Andalucía.

La unidad que mantiene el español como complejo idiomático, frente a la fragmentación que sufrió el latín, nos impide, creo, hablar con propiedad de dialecto; reutilizar de nuevo el mismo término pero con otro valor conceptual no hace sino complicar aún más las cosas. Los únicos verdaderos dialectos Adesgajados de una misma lengua común son, a mi entender, los tradicionalmente denominados dialectos históricos.

En función de lo dicho, es preferible, en mi opinión, entender el español en su perspectiva actual, más que como una suma de dialectos, como un conjunto de hablas resultado del proceso evolutivo integrador seguido por los tres dialectos históricos implicados en la formación del español: el área dialectal asturiano-leonesa, la navarro-aragonesa y la castellana. A su vez responsables -cada una de ellas en su justa medida- de la proyección del español en Canarias y en América.

Ahora bien, el nivel de desarrollo adquirido por el español tanto en España como en Hispanoamérica hace que recobre especial relevancia para la dialectología actual lo que Coseriu entiende como diferenciación diatópica en el marco de lo ejemplar de la lengua común. Las diversas realizaciones de lo ejemplar viene provocando desde hace tiempo una infinidad de dialectos terciarios que como afirma Paufler sin haber sido clasificados como tales, a menudo, se dan discusiones donde se resaltan términos como Anorma o Aprestigio. Es desde esta nueva perspectiva desde donde cobran vigor delimitaciones tales como español septentrional frente a español meridional o español atlántico; español de España frente a español de América.