La cultura visigótica
La situación socio-económica lastra gravemente el desarrollo cultural de este periodo donde la falta de contactos con el exterior y el fuerte retraimiento urbano limitan la afluencia de nuevas tendencias a la vez que recortan la demanda. No obstante, la cultura tiene se desarrolla, por muy limitada que pueda parecer. En primer lugar, el mundo eclesiástico perdura en las ciudades, y guardan la tradición romana en un saber erudito cuyo mayor exponente es la figura de San Isidoro de Sevilla, quien, en el s. VII, escribió, entre otras obras, las Etimologías, un conjunto de libros que recogen de manera enciclopédica todos los conocimientos del mundo hasta entonces, entendiendo las limitaciones del obispo. Además la tolerancia con los cristianos permitirá la afluencia de monjes y eclesiásticos del norte de África durante el s. V, huyendo de las persecuciones de los vándalos. No hemos de olvidar, que pese al teórico aislamiento el mundo visigodo debe convivir durante casi un siglo con el imperio bizantino, que ocupa la región sur, recibiendo una buena influencia cultural que se refleja en la arquitectura. En segundo lugar, existe una demanda interna de productos de lujo promovida por la nobleza, esta demanda se basa en objetos de gran valor, joyas y otros elementos de prestigio, cuyo fin es el de atesorar riquezas. El desarrollo de una orfebrería con motivos fuertemente germanizados es un fenómeno propio de la cultura visigótica en la península. Por último y en relación con los conocimiento de arquitectura que reciben, estos se plasman en la creación de iglesias en la zona centro y norte principalmente (al sur puede que también los tuviera pero hoy no se preservan) y el mantenimiento de algunas grandes estructuras hispanorromanas de las que no se podía prescindir.