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La Historia como ciencia

Es habitual que entre los propios historiadores se considere que su labor es investigar el pasado pero no teorizar o filosofar sobre qué es la historia y, sobre todo, en qué se fundamenta y en qué consiste la ciencia histórica. Sin embargo, el historiador no sólo debería escribir la historia, sino reflexionar sobre ella y sobre su método. Sin este tipo de teoría no se progresará en el conocimiento histórico.

Una de las primeras cuestiones comienza con el hecho de que una sola palabra, historia, ha designado tradicionalmente dos cosas distintas: la historia como realidad en la que el hombre está inserto y, por otra parte, el conocimiento y registro de las situaciones y los sucesos. Es verdad que el término istorie que empleó el griego Heródoto como título de la mítica obra que todos conocemos significaba justamente "investigación". Por tanto, etimológicamente, una "historia" es una investigación. Pero luego la palabra historia ha pasado a tener un significado mucho más amplio y a identificarse con el transcurso temporal de las cosas. La erudición tradicional ha aludido siempre a la conocida distinción entre historia como res gestae, cosas sucedidas, e historia como rerum gestarum, relación de las cosas sucedidas.

Fue el pensamiento positivista el que estableció la necesidad de que las ciencias tuviesen un nombre propio distinto del de su campo de estudio. Tal necesidad parece obedecer a la idea típica del positivismo clásico de que primero descubren los hechos y luego se construye la ciencia. Existe una ciencia de algo si hay un hecho específico que la justifique y distinga. Toda ciencia debe tener un nombre inconfundible. El problema terminológico viene, pues, de antiguo: la palabra historia designa, por decirlo de alguna forma, un conjunto ordenado de "hechos históricos", pero designa también el proceso de las operaciones "científicas" que revelan y estudian tales hechos.

Este problema es común a otras disciplinas, así la química o la economía, pero cuando hablamos de historia es evidente que no hablamos de una realidad material, tangible. La historia no tiene el mismo carácter corpóreo que, por ejemplo, la luz y las lentes, las plantas, los animales o la salud. La historia no es una "cosa" sino una "cualidad" que tienen las cosas. Por tanto, es más urgente dotar de un nombre inequívoco a la escritura de la historia que hacerlo con las disciplinas que estudian esas otras realidades.

En definitiva, Topolsky acaba distinguiendo tres significados de la palabra historia: los "hechos pasados", las "operaciones de investigación realizadas por un investigador" y el "resultado de dichas operaciones de investigación". Tomando como referencia a este autor, Aróstegui, y con él otros investigadores, proponen el uso del término historiografía, dado que al señalar este de forma inequívoca el proceso de investigación y sus resultados delimita con claridad la separación entre el objeto de estudio y el conocimiento histórico.

La distinción entre historia-objeto e historia-conocimiento a la que aludimos debería servir para superar los prejuicios aún existentes de una historia como memorización del mayor número de hechos ocurridas en el pasado, o historia como terreno de los hechos destacados del pasado, conservados por la tradición y el recuerdo colectivo, debidamente controlados por los documentos o por los monumentos.